Raúl. Con mayúsculas.

Tal como está el panorama (no, no voy a hablar de la crisis, Dios me libre) es difícil de creer. Poned la tele y decid qué veis. Triunfitos con carreras meteóricas, hermanos tan grandes que ocupan toda la pantalla y actores de moda con título nobiliario. Y noticias sobre la crisis, sí.


Por eso me resulta (me resultaba) tan difícil de creer que ahí dentro, aún hubiera algo interesante por descubrir. Un día apareció una serie con la marca de innovadora. Que alguien se atreviera, con semejante panorama, a hacer una serie como “El Internado”, tiene mérito. Y que se atreviera a apostar por nuevos valores, más.

Ahí descubrimos a Raúl Fernández de Pablo. Un actor con mayúsculas que nos haría entender más tarde que se salía del concepto de “descubrimiento”. Le respaldaban más de diez años haciendo teatro, televisión, publicidad e, incluso, dirigiendo modestos cortometrajes. Pero como suele ocurrir en estos casos, tuvo que ser la televisión la que hiciera que su cara nos empezara a resultar familiar.

Todo gracias a Fermín, un personaje regalo de Luis San Narciso que se ha ido haciendo grande y cogiendo fuerza dentro de una serie coral en la que cada personaje cuenta su propia historia. El hecho de que lo interprete Raúl marca la diferencia.

¿En qué me baso yo para creer que Raúl es uno de los mejores actores que podemos ver en la televisión actualmente?

Podría hablar de la crítica y de los elogios que ha recibido a lo largo de estos años por su trabajo a las órdenes de Juan Pastor en Guindalera. Pero sería un poco hipócrita, la crítica y yo no nos llevamos bien, debe ser porque ellos son los entendidos y una, mera espectadora. Ni yo he soportado nunca a sus vacas sagradas (me duermo con la pelis de Bergman, Dios me perdone) ni la crítica ha sido benevolente con mis frikismo.
Creo que hasta hoy, sólo estamos de acuerdo en lo de Clint Eastwood y en lo de Raúl (hago estas comparaciones porque me da la gana, muajajajaja).

Podría escudarme en el hecho de que empezó en “El internado” como un simpático secundario y se ha convertido en uno de los pilares de la serie, con una de las tramas que más interés despierta en los espectadores. Pero ahí el mérito es de los dos, de Raúl y del señor (le queremos, buen hombre) que se inventó a Fermín.

Por eso, sólo puedo dar mi propia definición. Para mí, un buen actor es el que hace que me crea a su personaje. Y yo me lo creo en todas sus versiones: el canalla sin escrúpulos, el hombre enamorado, el bromista simpático.

La catarsis te llega cuando te das cuenta de que el personaje es la antítesis del actor. Porque tiene mérito hacer que la gente empatice con tu personaje (especialmente si puede llegar a ser un cabrón, como es el caso), pero debe serlo más aún cuando tú, que estás detrás, eres un chaval tímido, sencillo y que nada tiene que ver con el personaje al que das vida.

Lo siguiente es verle en Molly Sweeny. Como me salgan bien los planes, creo que no podré dejar de escribir nunca… :P

1 comentarios:

parchis dijo...

Yo, que en tiempos pasados era fiel seguidora de casi cualquier serie de televisión que se emitiera por las noches, había visto a Raúl como el Antón de Fuera de control o el Franky de Los 80. Parándome a pensar después de verlo nuevamente en esta serie, me di cuenta de que sus interpretaciones anteriores ya me habían gustado. Ahora que soy más selectiva con las series, lo descubro interpretando a Fermín, y veo que este personaje ha sido un auténtico regalo para los espectadores de series españolas, por lo atípico que resulta en ellas, pero también para el propio Raúl. Un personaje tan sumamente complejo, y con tantas vertientes como describes en la entrada, permite a un actor mostrar muchos registros, y el hecho de que Raúl consiga hacer cada uno de ellos creíble, le ha permitido por fin demostrar al gran público su calidad como actor.