Fermín en los Archivos Secretos de El Internado



Reconozco que empecé a ver los archivos secretos de El Internado con cierto recelo. Me parecían una excusa burda para soltarnos un refrito de imágenes inconexas y retrasar así la emisión del capítulo de cada semana, con el consiguiente cabreo que eso me provocaba por el hecho de tener que ir a trabajar hecha una castaña al día siguiente.

Luego, cuando me contaron que veríamos, o intuiríamos cosas sobre el final de esta historia, el cabreo se acentuó. ¿Era necesario pillarse los dedos de ésa forma para contarnos algo que ya hemos visto? Me parecía, y me sigue pareciendo, que de alguna forma, si piensan de verdad respetar lo que están mostrando, se la están jugando pero bien.

Hace dos semanas, tuvieron las santas narices de mostrar al protagonista de la serie postrado en una silla de ruedas. El choque emocional entre el público fue pasmoso, no había más que darse una vuelta por los foros para ver la que se había armado. ¿Cómo ha llegado Héctor ahí? ¿Por qué? ¿Qué le hace estar tan triste y cabizbajo? ¿Pero el protagonista no tendría que acabar bien?

Ahí empezó a gustarme el formato. Porque me hace pensar que los guionistas nos tienen reservado un buen final. Y con bueno no quiero decir feliz, obviamente. Esta serie no se ha caracterizado nunca por ser un producto convencional, y ahí estaba la prueba.

La semana pasada, cuando supe que los archivos secretos estarían protagonizados por Fermín, tuve una visión. Me lo imaginé esposado y acusado de algo que no había hecho. Después de verlo, pensé en cardarme el pelo y comprarme un par de velas negras. Acerté de pleno. Pero no por mis dotes adivinatorias, no, sino porque iba en la línea de lo visto la semana anterior. Los buenos personajes han de sufrir hasta el final. Así sea.

Debe ser mi punto masoquista, pero he de reconocer que tanto Luis como Raúl son dos actores que saben sufrir tan bien, que no me gustaría perderme esa versión de sus personajes.

Y ahora nos encontramos con una promesa sobre la mesa: que el espectador tendrá un final innovador, probablemente agridulce… Porque apuesto a que Héctor, a pesar de su aparente infelicidad, habrá recobrado su pasado y su familia. Y porque nos mostraron a un Fermín que se sacrifica por amor, que llegará al final amando a la única mujer que ha amado en su vida, sonriendo ante la que se le viene encima.

Muy sutil, lo reconozco. Lo del anillo fue tan sutil y tan elegante que creo que nadie se lo podía imaginar a estas alturas. ¿Dar carpetazo a una de las bazas de la serie? ¿Y encima apostando por la pareja no protagonista? Ni en mis mejores sueños, de verdad.

Es de admirar que después de cuatro temporadas y cientos de vueltas de tuerca, sigan siendo capaces de sorprendernos así y de mostrar la valentía necesaria para enseñarnos todo lo que nos están enseñando.

Nostalgia de los 80

Si hay un periodo de la historia reciente que se puede definir como transgresor, apasionante y lleno de vida, ese periodo es la década de los 80.

Personalmente, a mí esta etapa me fascina: España asomando la cabecita al mundo después de años de fuerte represión, y mirando hacia el futuro con ilusión. Las nuevas corrientes artísticas, locas y disparatadas, rompedoras y modernas, emanando a la superficie con una fuerza brutal después de tanto tiempo de obligada sumersión. La estética ochentera, tan loca y disparatada, rompedora y moderna como el arte del momento: los cardados, las hombreras imposibles, las mallas de colores, las medias de rejilla y el maquillaje llamativo adueñándose de las calles. La banda sonora de la época, música que veinte años después sigue siendo para mí una religión; aún nadie ha logrado superar el Every breath you take de The Police, el Satisfaction de los Rolling, el Take my breath away de Berlin, el Still loving you de los Scorpions, el Embrujada de Tino Casal, el ¿A quién le importa? de Alaska y Dinarama o el Insurrección de El último de la fila. Y ya en el ámbito personal, mis primeros recuerdos; a mí los 80 me saben a bocadillo de Nocilla frente a un televisor sin mando a distancia, con los ojos abiertos como platos ante las aventuras de Espinete y Don Pimpón.

Con todos estos antecendentes es lógico que, cuando en el 2004 estrenaron una serie titulada Los 80, yo no pudiera dejar pasar la ocasión de verla. Y mira tú por donde, fue precisamente en esta serie donde, sin darme mucha cuenta, la cara de Raúl se me empezó a hacer familiar. Claro que por aquel entonces, yo no tenía ni pajolera idea del nombre del chico que interpretaba al adorable Franky, ni me imaginaba que el mismo chico algún día conseguiría emocionarme tanto con un personaje como Fermín, ni por supuesto, albergaba la más mínima sospecha de que gracias a él iba a conocer a mis locas fermarías y a escribir en un blog en Internet. Cosas raras que tiene la vida.

Realmente yo no sé si la recreación de los años 80 que hizo la serie era o no muy fidedigna; seguro que los que vivieron de pleno esta época podrían opinar con mucho más criterio y rigor que yo, que por aquellos años estaba aún en el país de la piruleta. Pero por lo que a mí respecta, puedo que decir que la serie no me decepcionó. Fue un placer tener una pequeña ventana en la televisión a esa época que tanto me atrae, y lo único que me supo mal fue su precipitado final después de tan sólo unos pocos capítulos.

Al margen de los temas políticos y de los cambios sociales que se trataban, y que giraban en torno al golpe de estado del 23-F y a la corrupción en las altas esferas empresariales, lo más destacable de Los 80 era un grupo de música llamado Los Replicantes, que versionaban los temas del momento. Franky no tocaba con el grupo, pero era el íntimo amigo de Enrique, el guitarrista recién llegado, y también uno de los encargados de poner un punto de humor, con su aire de tipo simpático, algo alocado y despistado, que le llevaba a protagonizar algunas de las situaciones más divertidas de la serie. Franky es, sin duda, uno de esos personajes secundarios que se hacen querer al instante, especialmente si están bien interpretados, como es el caso.

Hace pocos días, zappeando, me encontré por casualidad con Los 80 en uno de los canales de la TDT, y por supuesto no pude resistir la tentación de quedarme unos minutos con ella. Si soy sincera, os diré que esos pocos minutos sirvieron para decepcionarme ligeramente, y no porque no consiguiera ver a Raúl, que también, sino porque no me pareció que la serie tuviera aquel brillo que yo recordaba. Supongo que es lo que puede pasar cuando al cabo del tiempo recuperas cosas que en su momento te parecieron geniales, tus nuevas circunstancias hacen que las veas con otros ojos. Aún así, no negaré que me gustó ver a Los Replicantes haciendo una versión del clásico De do do do, de da da da de The Police. Y es que no todo puede ser malo cuando los 80 andan de por medio.

Raúl saluda a las Fermarías


Vídeo cedido por www.elinternado.webforo.net en exclusiva para www.raulfernandezdepablo.blogspot.com
Está totalmente prohibido sacar y reproducir parcial o totalmente el vídeo fuera de este blog.

Es muy raro.
Le ves ahí, de pie, con los brazos cruzados, hablándote a ti, y se te queda cara de imbécil. Un buen estudiador del lenguaje corporal diría que el sujeto de estudio se halla a la defensiva. Y eso que no nos conoce. Si lo hiciera…

Es curioso, pero nunca hemos hablado entre nosotras de lo que sentimos, de lo que pensamos, cuando vimos el vídeo.

Supongo que uno tiende a quitarle importancia a estas cosas porque vamos teniendo una edad y somos bastante realistas. Al fin y al cabo, él sabe que estamos aquí, pero no sabe quién somos ni de dónde venimos.

Pero la parte infantil que llevamos dentro, esa parte de gruppie que permanecía aletargada en nosotras, y que se nos ha despertado un pelín tarde, se exalta. Porque te habla a ti. Y te da las gracias. Nada menos.

Raúl Fernández les da las gracias a estas cuatro locas que le siguen. Él, precisamente, que nos ha regalado algunos de los mejores momentos televisivos que recordamos, que ha hecho que nos conozcamos, que surjan conversaciones delirantes y conversaciones serias, que de alguna forma nos ayuda a evadirnos, que ha hecho que aprendamos a manejar un blog, a subir vídeos y a usar un foro.
Él nos da las gracias.

Lo que es la vida…

La Guindalera


A medida que vas creciendo y abres los ojos a la realidad, observas que estamos viviendo en la época del interés económico. Los mayores dicen que también las épocas pasadas fueron así, y que el interés económico es lo que siempre movió el mundo. Es posible que fuera así, pero yo tengo la sensación de que el descaro con el que lo hace, es cada vez mayor. Esta es la época en la que se declaran guerras absurdas buscando llenar bolsillos, en la que tantas veces vemos primar la cantidad (sobre todo referida al montante económico) por encima de la calidad, y en la que, por poner un ejemplo más visible, las televisiones pagan cantidades exorbitantes a un conocido ex alcalde y ex convicto por “cantar” afinando más que su pantojil novia.

Por desgracia, el mundo de la interpretación también se ve contagiado por la “fiebre del euro”. Así, la televisión nos sorprende de vez en cuando con buenas series, pero la calidad no garantiza su permanencia en pantalla; la competencia televisiva es tan feroz que una buena parte de ellas se caen de las parrillas en los primeros capítulos.

El séptimo arte también nos regala alguna vez pequeñas joyas. A veces, generalmente cuando vienen de la mano de algún maestro reconocido, pueden convertirse en grandes taquillazos, pero la realidad es que hay otras muchas joyas sin tanta suerte, que viven escondidas en salas de escasa popularidad y caja limitada, mientras el llamado cine comercial invade sin piedad las carteleras de los grandes cines. Un equivalente a estas pequeñas salas, pero en el ámbito teatral, es la sala de la compañía La Guindalera, de la que Raúl Fernández forma parte como actor.

La compañía selecciona siempre montajes de calidad para representar en su sala de tan sólo unas pocas localidades, así que los aficionados al teatro han tenido la oportunidad de ver a Raúl en proyectos sumamente interesantes.

A lo largo de su breve historia, La Guindalera ha rescatado textos clásicos; Cervantes y Shakespeare han sido algunos de sus elegidos. Así, pudimos ver a Raúl convertido en el joven Manfredo, vacilante entre el amor de dos mujeres, en el montaje Laberinto de amor de Miguel de Cervantes.

De la experimentación con el teatro clásico surge En torno a La gaviota de Anton Chéjov. Esta vez Raúl defiende el papel de un actor que encarna al personaje de Treplev, hombre que curiosamente explora nuevas formas de arte que resultan poco exitosas, frente al arte más convencional que siempre consigue el favor del público. ¿No representa Treplev con su búsqueda de savia nueva, lo que intenta hacer La Guindalera?

Si indagamos en su historia, no cabe duda de que esta compañía teatral también ha sabido escoger obras de autores más recientes, pero con trayectorias y reconocimientos tales, que pueden incluirse ya entre los clásicos. Traición de Harold Pinter, de la que hablamos largo y tendido en una entrada anterior, y La larga cena de Navidad de Thornton Wilder en la que Raúl interpreta a Tino, un hombre egoísta e incapaz de entenderse con sus hijos, son dos claros ejemplos de ello.

Fuera de los clásicos, pero no del todo desligada de ellos, La Guindalera montó la comedia Odio a Hamlet de Paul Rudnick. Raúl es en esta ocasión Andrew, un joven actor que duda entre representar un clásico, Hamlet, que lo enriquecerá interpretativamente, o aceptar un papel en una serie de televisión mediocre, que le reportará fama y dinero. De esta manera, a Andrew se le plantea la gran duda: ¿cantidad (de dinero) o calidad (de trabajo)?

Actualmente La Guindalera se encuentra inmersa en las representaciones de un ciclo de Brian Field, y nuevamente ha contado con Raúl para este proyecto. Así, de viernes a domingo podemos verlo en Molly Sweeney metido en el papel de Frank, el persuasivo marido de Molly, que tiene la convicción de que es necesario aprovechar la oportunidad de que su mujer, ciega de nacimiento, sea operada para recuperar la vista. Si tenéis ocasión y os gusta el teatro que se aleja de lo comercial para explorar más a fondo las emociones humanas, no dudéis en acercaros a verla.

Atormentados

Siempre he sentido debilidad por ellos. Por los personajes complejos, llenos de traumas, de secretos, de miedos. Por ésos que viven atormentados por un pasado, por un secreto o por ellos mismos, por su propia forma de entender la vida.

Me he apasionado siempre por personajes de este tipo en todos los campos de mi vida. Aborrecí a la Emma de Jane Austen, porque me parecía cursi y hortera. Me enamoré de Madame Bovary, porque conforme iba leyendo, sabía que se dirigía, inevitablemente, a la tragedia. Me cabreé mucho cuando Bruce Willis se enrolló con Cybil Sheppard en “Luz de luna”, porque si ya no sufrían, ya no tenía gracia. Me enganché a Expediente X porque el protagonista era un tío siniestro lleno de traumas y la chica una pseudo reprimida condenada a ser infeliz por los siglos de los siglos.

Cuando empecé a ver “El internado”, me pareció una serie entretenida, con buena factura y con mucha pasta de por medio. No esperaba encontrarme a uno de éstos.
Y ahí va uno, cuesta abajo y sin frenos, cuando alguien te da una patada en la boca. No sé cómo lo han hecho los señores guionistas, pero la serie “adolescente” (jajajaja, me río un montón cuando veo el calificativo al lado del nombre de la serie en los periódicos) ha parido a un atormentado, a uno de ésos personajes que quedan en la memoria colectiva y permanecen como el mejor recuerdo de una historia.

Fermín viene en capas, como la cebolla. Y Raúl se adueña de cada una de ellas.
Afuera del todo, en la superficie, está el Fermín del primer capítulo. El que huye en nave nodriza cuando ve por primera vez a María. El tipo de los calzoncillos de corazones. Raúl se convierte en un tío simpático, sonríe y pone cara de buena gente. Nos gusta.

La segunda capa pica un poco, pero el sabor no desagrada. Ahí, nos regala otro personaje, hermano e independiente del primero, que mira de otra forma, que habla de otra forma, que modula su voz en una dimensión distinta. Ya sabéis, el tío sin escrúpulos, es tío listo, el que busca algo y no encuentra, el que se guarda la pistola en los pantalones.

Al llegar al centro, amarga. Porque hay un pasado que quema, un dolor interno que condiciona cada uno de los actos del hombre. Un pasado para Fermín que nunca sabremos si fue inventado sobre la marcha, o ya venía dado desde el principio, pero que ha sido un acierto. Aquí Raúl se vuelve a transformar. Aquí le brillan los ojos, la voz desciende a los infiernos, tuerce el gesto y te araña.

Que un actor sea capaz de dar tantos matices a un personaje es digno de elogio.

A Raúl se le da bien transmitir el dolor. Quizá ayude que su físico no sea el típico estereotipo de hombre guapo. Supongo que tendrá que ver que tenga una mirada tan sumamente poderosa. O igual es simplemente que es un actorazo, yo qué sé.
Eso sí, los guionistas también se han dado cuenta. Destaparon la primera capa, y vieron que les gustaba lo que venía detrás. Y decidieron ir un poco más allá. Mil gracias, éste es nuestro Fermín favorito…

Estereotaips

Estamos en crisis. Y los que saben de números y teorizan sobre la economía global, dicen que la historia económica se mueve por ciclos, y que un pinchazo así ya iba tocando.

Estamos en crisis. Y los que no sabemos de números, ni teorizamos sobre la economía global, no vivimos ajenos a ella. Yo misma, que como mucho me dedico a teorizar acerca de cómo distribuir mi sueldo entre todos los gastos que se me vienen encima
sin que me estalle la cabeza en el intento, creo haber oído por ahí, que en periodos de recesión económica es importante fomentar el consumo (¡toma ya, qué frase!). Seguro que hay complejísimos planes que los gobiernos están dispuestos a aplicar para conseguir esto, y seguro que las marcas comerciales están desarrollando complicadas estrategias para asegurar su supervivencia en el mercado. A mí se me ocurre que, quizás, alguna de estas empresas haya pensado que hacer un buen spot publicitario, de los que suponen todo un bombazo, en los tiempos de vacas flacas puede ser más que nunca un gran acierto.

Estamos en crisis. Y ahora ya lo sabemos todos, los que saben y los que no saben de números, los que teorizan sobre la economía global y los que no. Lo sabemos todos porque la hemos sentido en nuestros bolsillos, pero también porque no nos dejan olvidarla. Uno se acuerda de la crisis cuando se planta delante de la “caja tonta”, aunque sólo sea para cumplir con esa sana costumbre patria que es la siesta. Uno se acuerda de la crisis cuando escucha las noticias de la radio en el coche, de vuelta a casa, comiéndose el marrón del atasco de turno. O uno se acuerda de la crisis cuando se decide a abrir un periódico el domingo por la mañana, mientras se mete entre pecho y espalda el desayuno más elaborado de la semana.

Si os fijáis acabo de llenar el último párrafo de tópicos. Pero no me lapidéis si pensáis que no tengo imaginación o que recurro a lo fácil para llenar el artículo; yo no soy la única que utiliza los clichés. Los creativos de publicidad los usan a diestro y siniestro, y si uno de ellos ha alcanzado la cima con la que todos soñamos dedicándose a juzgar triunfitos, yo quiero seguir su estela. Porque yo lo valgo, como diría Pe.

Por mucho que a uno le de por zappear, ir al baño o asaltar el frigorífico durante la publicidad, siempre se cuela algún anuncio en nuestras vidas. Hay algunos, pocos, que son realmente dignos de ver, un auténtico derroche de imaginación y de originalidad, pero una buena parte son un amasijo de tópicos requetemanidos, que se suelen llamar estereotipos publicitarios.

Afortunadamente, hay varios festivales que premian las buenas ideas en este ámbito; uno de ellos es El Sol, Festival Iberoamericano de la Comunicación Publicitaria. Y para ellos Raúl Fernández rodó un spot, que casi puede ser considerado un corto, en el año 2003.

Como no podía ser menos, un festival que premia la originalidad, predica con el ejemplo a la hora de publicitarse y nos regala un spot divertido y ocurrente. En él, vemos a Raúl convertido en un publicista al que no le falta ni uno de los tópicos que habitualmente se asocian a ellos. La promoción muestra una caricatura de un creativo publicitario realmente descacharrante y Raúl revela una vis cómica que sorprenderá a los que sólo lo conocen por El internado. Además, el final de la promo provoca más de una sonrisa, ¿no resulta cada una de las imágenes sumamente familiar?

En fin, me callo ya, y os dejo un vídeo del spot del que os hablo; al fin y al cabo hay otro tópico que circula por ahí, ése de que una imagen vale más que mil palabras. No dejéis de verlo.

Raúl y María: De Wilder a Friel

No, no me he hecho un lío. No estoy mezclando churras con merinas ni actores con personajes. Hoy ni siquiera voy a hablar de la tele.
Voy a hablar de ese género al que Raúl califica de “madre”: el teatro.
Y de un tándem extraordinario que lleva desde 2004 regalando al público su talento desde la compañía Guindalera: nuestro Raúl Fernández y esa perla rara e injustamente desconocida que se llama María Pastor.
Este artículo no pretende ser más que un breve repaso por la trayectoria compartida de ambos, y un leve vistazo a lo que la crítica ha dicho de ellos. Ahora mismo, comparten escenario en “Molly Sweeney” pero Raúl y María, no son, ni mucho menos, dos desconocidos mutuos.

Su primer trabajo juntos fue en 2004, en la obra de Thornton Wilder “La larga cena de Navidad”, una obra sobre la fugacidad de la vida y el paso del tiempo.
Un año después llegó “Laberinto de amor”, un montaje caballeresco, irónico y colorista que se acerca al musical y al cómic, cosa harto difícil si tenemos en cuenta que el autor de la obra es, ni más que ni menos, que Cervantes.

Ése mismo año, 2005, nos trae “En torno a la gaviota”, de Chèjov, una de los montajes de la compañía que más y mejores críticas ha recibido. En esta ocasión, Raúl encarna a Treplev, un hombre enamorado de Nina (María Pastor), que a su vez ama a un tercero en discordia: Trigorin. En el ABC dijeron de ellos que María bordaba la fresca fragilidad de Nina, mientras que Raúl iluminaba la tormentosa vehemencia de Treplev.
También se resaltaba la naturalidad de los seis actores que conformaban la obra, su sobriedad y la capacidad de imprimir cierta intimidad en la sala.

Raúl y María vuelven a encontrarse sobre las tablas en 2006, siempre a las órdenes de Juan Pastor, en el montaje “Odio a Hamlet”, una comedia que se cuestiona si a día de hoy, Shakespeare sigue o no interesando a la gente.

En 2007, llega a la sala Guindalera “Traición”, de Harold Pinter. María Pastor interpreta a Emma, cuyo matrimonio con Jerry (Raúl) derivará en mil y una traiciones que no se limitan a lo afectivo. Ansón, en el ABC, califica de eficaz la interpretación de Raúl y se deshace en halagos para María, de quien dice que ejecuta su papel con rara perfección.
Por su parte, Torcuato Luca de Tena califica la primera parte de la obra, en la que Jerry y Emma se reencuentran dos años después de terminar su relación, como la mejor del montaje.

Desde el pasado uno de noviembre, ya podemos disfrutar de la hasta el momento última puesta en escena con el sello Guindalera y con María y Raúl al frente: “Molly Sweeney”, de Brian Friel. Molly (María), ciega de nacimiento, tiene la oportunidad de recuperar la visión y Frank (Raúl), su esposo, la anima a intentarlo. Pero al hacerlo, Molly pierde en cierta forma la cordura, al ver que su antigua visión del mundo no coincide con lo que ve.

Queda patente que Raúl y María han pasado, durante estos años, por todos los géneros, del drama a la comedia, y que han salido más que airosos del intento. Veremos qué dice la crítica de “Molly Sweeney”, o si alguna de nosotras tiene la oportunidad de poder verle sobre las tablas. Que me perdonen los señores críticos, pero me fío más de mi propio criterio…

Bendita locura

Los domingos están para vaguear. Creo que lo pone hasta en la Biblia. Y como ayer sábado me salté a la torera al menos un par de las “recomendaciones” que da este santo libro, hoy he decidido hacer penitencia cumpliendo al menos con este mandato, así que me he pasado parte de la mañana de domingo googleando con fines puramente lúdicos.

Entre otras cosas, me ha dado por buscar alguna noticia nueva sobre Raúl para poder comentarla en el blog, y el resultado ha sido el que viene siendo habitual cuando me enfrasco en este tipo de labores: nada. Ante la falta de novedades y el exceso de tiempo, he decidido husmear por enésima vez en el artículo sobre Raúl Fernández de la wikipedia, y me ha llamado la atención uno de los títulos de las obras en las que ha participado: “Bendita locura”.

Cuando lo leí me vino inmediatamente a la cabeza el grupo de locas que nos hacemos llamar fermarías. Nos autodenomino locas porque, en su mayoría, las fermarías estamos ya talluditas para emocionarnos tanto con un personaje de la tele (Fermín, te adoramos) y con una historia de amor ficticia (María, a ti también). Pero es que personaje e historia nos han atrapado totalmente por su carisma, por su originalidad y por su fuerza, así que no nos ha quedado otra opción que postear a diario en foros de la serie, defendiendo a muerte tanto al personaje como a su historia de amor.

Pero, como podéis comprobar por vosotros mismos, la cosa no ha parado ahí. Nuestra patología ha llegado a tal extremo en tres de nosotras, que hemos tenido la necesidad de crear un blog, éste que estáis leyendo, donde poder exponer todas y cada una de nuestras locuras. Algunos dirán que estamos para encerrarnos. Y yo diré que es muy probable pero, ¿y lo bien que nos lo pasamos? Todo este lío no es más que una bendita locura, porque gracias a él desconectamos un poco de los rollos del día a día, nos echamos unas risas con nuestras historias, y disfrutamos comentando una serie que nos engancha. 3x1 señores, ¿qué más se puede pedir?

Después de estas reflexiones tan particulares que hago yo los domingos por la mañana, he decidido que, ya puestos en harina, podía probar suerte de nuevo en San Google, esta vez tecleando el título de la obra que me ha llamado la atención para ver si con el segundo intento había más suerte. B-E-N-D-I-T-A L-O-C-U-R-A. Resultado, el siguiente más habitual después de nada: casi nada. Sólo he descubierto que se trata de un montaje teatral dirigido por Raúl de Tomás basado en un hecho real ocurrido en Estados Unidos. Raúl Fernández de Pablo se mete esta vez en la piel de un hombre condenado a muerte por el asesinato de su pareja, y se sirve de un monólogo para reflexionar y hacernos reflexionar sobre su historia en particular y sobre la existencia en general. Umh, un montaje teatral en el que sólo sale y habla nuestro chico, conozco yo a más de una loca que calificaría este montaje como la obra de teatro ideal.