"Tres años", por Beatriz.

Aquí os dejaré mis impresiones sobre “Tres años” que vi el sábado seis en el teatro Guindalera. Fuimos allí un poco por casualidad. Era la primera vez que viajaba a Madrid después de que mi hermana se mudara y me comentó que había estado mirando en la web que el teatro guindalera era económico y a una hora temprana así que decidimos ir ella, mi cuñado, y yo. El teatro estaba lleno, así que cuando abrieron las puertas para que pasara el público se montó una buena. Hablaré de la obra en términos generales. Se trataba como bien sabéis de un texto de Chejov en el que destacan cinco personajes. Es la vida de todos ellos durante tres años ambientados en los años treinta, pero que perfectamente podrían pasar por los años que nos toca vivir ahora. Los problemas económicos, políticos y sociales que se respiran en escena se podrían solapar con las preocupaciones personales de una persona de hoy en día. El decorado era el justo, ni una cosa más ni una menos. Nada más empezar se presenta a Alejandro, un hombre que cree que puede vivir sin amor, que será el eje central alrededor del cual girarán los demás personajes. De hecho los actores hacen de narradores o presentadores de la acción en escena para el público en varias ocasiones, así como en otras se encuentran en un segundo plano al fondo sin tomar parte en esta.

Las cosas comienzan como suelen ocurrir, Julia es conocida de la hermana de Alejandro y así se frecuentan. Un día ella llega con su sombrilla y él cree ver en ese bonito aderezo todos esos anhelos que ha esperado para su vida, de tal manera que la agarra y baila enloquecido con ella (con la sombrilla). Me pareció una escena muy simpática y bonita. Se le pasa por la cabeza la idea de casarse con Julia y se lo comenta a Gregorio, uno de sus amigos, que le insta a pedírselo. Él decide hacerle caso y a partir de ahí empieza el lío. Alejandro le hace la esperada pregunta entre tartamudeos y ella acepta pero ambos saben que es una relación abocada al fracaso. Ella sabe que no le ama y solo ve en su matrimonio la oportunidad de olvidarse de la vida provinciana que lleva pensando que su marido le transportará a un mundo de teatros, de bailes, en definitiva a una vida de diversiones en la gran ciudad. Pero la rutina demuestra ser muy distinta. Alejandro se da cuenta de que su mujer le abandona cada vez que tienen una oportunidad de quedarse solos para por fin conseguir algo de intimidad porque le produce rechazo, con lo cual nunca puede llegar a conocerla. Mientras tanto, el matrimonio se refugia en reuniones con sus dos amigos que cada vez resultan ser más insustanciales para Alejandro que está deseando hablar de cosas que le interesan más a su corazón que a su mente, lo que le llevará a un distanciamiento cada vez mayor con su mujer (que ve todas sus opiniones ridículas) y sus amigos. Ella acaba divirtiéndose a solas con Gregorio y Jaime, que nos ameniza las veladas con un piano por obra y gracia de José Bustos que toca fantásticamente y en una ocasión hasta nos cantan una canción a tres. Así, poco a poco, esta situación exasperará a Alejandro (que llega a pillar a su mujer con Gregorio tonteando con unos bombones después de una salida a la que él no ha asistido) cada vez más, sabiendo que ha cometido un error, hasta el punto que debido a su frustración en una ocasión le pegó tal tortazo al piano que debió dejarse la mano en él. También hay que destacar a Alicia González, cuya Paulina me pareció el descubrimiento de la función, un antiguo amor de Alejandro que va a visitarle una vez se entera de su matrimonio y se interesa por si es feliz y Alejandro contesta que no admitiendo por primera vez en voz alta lo que se niega a sí mismo, que se equivocó al tomar la decisión de casarse. Paulina, maestra de profesión, le pone las cosas claras tachándolo de necio por dejarse engatusar por las apariencias externas de su mujer. Y vaya “galletas” que le soltaba sobre la espalda. En ese momento, no sé por qué, creí que el divorcio se encontraba a la vuelta de la esquina, pero los años pasan y el matrimonio continúa unido una vez que Julia se ha hecho a la idea de este ante las preguntas de los de alrededor y algún que otro varapalo. Y ahí llega el momento final en el que como bien dicen el triunfo no se trata de la elección hecha si no del simple hecho de elegir. Me pareció a título personal una obra que pasa de lo cómico a lo trágico con pasmosa facilidad, aunque preferí ligeramente más lo conseguido en la primera faceta. ¿Nos cambia la vida tanto al tomar o no tomar una sola decisión? ¿Perseguimos más el llegar a un estado, tener un empleo, una pareja... que como llegamos a ellos? ¿Nos puede la prisa una vez cumplida cierta edad al querer alcanzar determinadas metas? ¿Pesan más de lo debido las opiniones de los demás a la hora de tomar nuestro camino? ¿Nos contenta nuestra vida y si no lo hace por qué no la cambiamos? Esas y muchas otras son las preguntas que plantea tres años. Cada uno se hará las suyas propias.